Tras 3 años te he vuelto a ver. Seguías con tu principesco corte de pelo, la barba que te aconsejé y el carácter que me enamoró pero, a pesar de todo, eras un hombre distinto. Sí, he dicho hombre y no chico, porque aunque te cueste reconocerlo, ya eres un hombre. Pasas de los 30 y tienes ese regusto amargo que la vida que elegiste te ha dejado como recuerdo. Algunas decisiones equivocadas en momentos inoportunos te han oscurecido los ojos, pero siguen siendo tan bonitos como los recordaba. Ahí, justo detrás de esa máscara, tienes la ilusión de un niño que se niega a crecer y quiere que le den la mano a cada paso que da. Yo durante un tiempo fui esa mano... y me hiciste tremendamente feliz.
Nos vimos por sorpresa y no me reconociste. Fue extraño ver cómo los ojos que antes sólo me distinguían a mi, ahora ni siquiera serían capaces de vislumbrarme. Me dio miedo pensar que tú sí habías sido capaz de resetearme de tu memoria, pero ese temor se despejó rápido en cuanto te sonreí y te saludé. No dijiste nada y me abrazaste, fuerte, de ese modo tan peculiar y falsamente despreocupado que tienes de hacerlo. Me pediste que volviera a sonreír porque dijiste que se había oscurecido algo el día y cedí a tu petición. Sigues siendo tú.
¿Te das cuenta de que nos hemos reencontrado en el lugar en el que todo empezó y del mismo modo? Volvías a esperar a tu hermana en la facultad y yo salía del laboratorio. Ahora yo soy licenciada y tú continúas siendo el biólogo aventurero. Ahora yo soy más fuerte y tú continúas teniendo miedo a hacerte mayor.
Cuando estaba contigo veía el mundo desde un prisma oscurecido por el pánico que me daba saber que a pesar de que me querías de un modo irracional, yo no era más que el complemento circunstancial perfecto y llegaría el día en que tú te irías porque aparecería otra chica y yo me quedaría como recuerdo ideal de la chica que siempre quisiste amar y no te permitiste vivir. ¡Qué duro fue escuchar tu: "no puedo compartir mi vida contigo" con el ruido del aeropuerto de fondo!
No quisiste crecer y madurar conmigo, sin embargo me confesaste que cada vez es menos divertido cumplir años, te cuesta encontrar a alguien con quien compartir la cama más de una noche y aún tienes esos preciosos pendientes de esmalte que me probé y, según tú, sólo me sentarían bien a mí. Tus preferencias han cambiado y ahora es la vida la que te ha hecho un quiebro. Antes te sobraban las pretendientas, ahora la necesidad de sentar cabeza. Tú y tu tardía manera de empezar a, como dicen estos gallegos, "ver la vida".
"¡Tú sí que has cambiado", me dijiste. Pues sí, E., he cambiado. Me ves más guapa, más madura, más mujer, más soñadora y más fuerte. Y, como en la canción, estos mases siempre restan. Ahora ya no te pertenecen, ni tienes derecho a ellos. Te los agradecí de corazón, pero ya no siento nada cuando me hablas de todos esos libros que sólo tú y yo sabemos disfrutar, mi bien. Tú aún ves en mí esas cosas... y yo un gratísimo aunque duro recuerdo.
Te amé y lo sabes. Me marcaste a fuego cuando te conocí con 19 años y me tatuaste con fuerza a los 20. Cuando aquello pasó, tenía un corazón enorme, robusto, sano. Apretaste tanto que lo convertiste en las migajas inútiles y desiguales que es hoy y que, tras mucho trabajo, he conseguido recomponer. He probado varios Loctites y ninguno ha funcionado y cuando creí encontrar el definitivo y tener la posibilidad de rehacerme, aún se empequeñecieron más esos cristalitos, pero ésa es otra historia.
Ahora soy una nueva "ratonina", como tú me llamas. Sigo siendo la misma soñadora que ansía cambiar el mundo y que cree en la gente que, tras un férreo examen mental, consigue pasar mis trabas. Sigo pensando en naranja y con música. Cantando Black de Pearl Jam cuando lloro y acordándome de ti cuando alguien me pregunta por algún chico inteligente.
Como toda la gente que he dejado entrar en mi vida de un modo más íntimo, tú eres un ser excepcional. De los hombres más inteligentes que conozco. Tienes espíritu científico y eres un auténtico genio. Jamás he conocido a nadie con quien saciar mi curiosidad como lo hacía contigo. Eres realmente apasionante. Extravagante, melancólicamente feliz, tristemente irreverente. La viva imagen de lo que los Monty Python llamarían sentido del humor. Atractivo, con ese "savoir faire" que hace que cualquier mujer con el intelecto activo caiga rendida a tus pies. Lento movimiento de manos, una americana, tu voz tranquila y segura, tus ojos pidiendo a gritos un abrazo, exquisita educación... Un gentleman.
Pero te puede el miedo, ese que te paralizó para estar conmigo y te envalentonó hoy para arrodillarte ante mí y pedirme matrimonio. ¿Cuánto había de verdad detrás de esa risa nerviosa que sonoramente dejaste salir de tu boca? Sabes que mucho, igual que yo. Me tomé mi tiempo, sonreí, te acaricié la barba y te dije: "No regrets, baby. But I can´t be yours"; lentamente me giré, te guiñé un ojo y me fui.
Hoy, después de mucho tiempo, has tenido tu punto final.
Te deseo, con ese mismo corazón que te amó, que seas feliz. Yo procuraré dejarme la vida por serlo yo y sabes que siempre que el azar y tu querido Odín nos pongan en el mismo camino, si me necesitas te tenderé la mano, pero no guardes esperanza alguna en que sea para siempre, pues sólo te señalaré la dirección en la que creo que debes caminar, te la estrecharé y te miraré con cariño, porque un día fui tuya y ahora soy mía.
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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.