domingo, 15 de junio de 2008

Nada que negociar

Vestido con un traje negro de la última colección de una conocida marca de ropa cuyo precio superaba con creces la calidad de las telas, Javier deambulaba de un lado a otro de la sala. El maletín que llevaba en las manos le pesaba más que todas las preocupaciones que su cabeza almacenaba, decide posarlo en el suelo, no muy lejos del lugar en el que se encontraba. Las manos no paraban de sudar y el aire que aquella estancia recogía se le hacía cada vez más insuficiente. Quería salir de allí lo antes posible, acabar la reunión de la que pendía su futuro y llamar a sus amigos para tomar unas cañas en aquel bar que tanto frecuentaban. El tiempo pasaba lentamente.

- "¿Señor Fernández?" - las palabras de aquella secretaria resonaron en su mente como el fallo favorable de un juicio que parecía no tener fin.

* "Sí, soy yo"

- "Puede pasar".

Por fin, por fin podía pasar e intentar quitarse de encima el yugo que tanto le oprimía. Los nervios le controlaban como si fuera una marioneta, ahora un hilo, luego el otro, finalmente avanzamos. Se sentó en la silla que le había indicado, sorprendentemente el silencio del director le hizo hablar con más tranquilidad de la que jamás imaginó. Dijo lo que quería y sentía que tenía que decir, no se calló nada, quizá sobrepasó los límites de lo adecuado y descargó su furia y rabia vestidas de palabras que denotaban firmeza, claridad y correción.
Silencio de nuevo. Inquietud quizá, pero con la conciencia tranquila por haber sido fiel a sí mismo. Más silencio.

- "Veo que tiene las cosas claras. Esta situación la veníamos preveyendo desde el departamento hace mucho tiempo, lo que nos ha sorprendido es lo que ha tardado usted en intentar hablar con nosotros, aunque, bueno, eso de hablar es un decir".

* "Preferí dar tiempo para ver si ustedes por sí mismos eran capaces de cambiar la situación evitando que interviniera, ví que no lo eran y decidí dar un paso al frente".

- "Según lo expuesto por usted no hay mucho de qué discutir, no ha dejado ningún cabo suelto. Sus peticiones están claras y no tenemos nada que nos permita negociar o llegar a un acuerdo en el que usted no consiga algo de lo pedido, me equivoco?".

* "En absoluto, creo que sus vejaciones han sido lo suficientemente graves como para no darles ninguna facilidad. Me iré de la empresa sin provocar ningún escándalo y el asunto no llegará a los medios si lo que requiero se me concede, sino.. nos veremos en los tribunales, ustedes sabrán qué les conviene".

Se levantó y se fue. La conversación estaba zanjada, se había vencido y les había vencido y, si no, en todo caso, ellos se quedarán con el dinero y el coche, pero no convencerán. Éso es: ¡Venceréis pero no convenceréis! Las cosas habían comenzado a cambiar porque él se había hecho fuerte en su trinchera, en aquel resquicio del mundo que era suyo y, a partir de ese momento, los miedos habían cesado, el temor era nulo, y su vida recobraba el sentido que parecía haber perdido.





Lo que quiero
y lo que necesito
se han convertido en lo mismo,
lo que me has ofrecido.
Los días pasan,
finalmente me he convertido en lo quieres que sea.

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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.