martes, 21 de febrero de 2012

Trigger

A veces pienso que morirte sería lo mejor que nos podría pasar a todos, incluida a ti. No me gusta nada esta persona en la que te estás convirtiendo, tanto es así que incluso estoy empezando a despertar un sentimiento de rechazo profundo a pesar del inmenso amor que te profeso. 

Lo único que buscas es que todos estemos a tu alrededor, nunca has valido para estar sola y cuando eras más joven te recuerdo reconociéndolo. No me gusta esta ñoñería apremiante, esa sensación de que TENGO que estar ahí siempre porque sino tú vas a estar mal, que vas a acabar con la salud de mi padre (esto lo tengo claro) y que él, a su vez, lo pagará con mi madre y conmigo, porque es lo lógico, porque es lo que toca, porque es lo normal. 

No voy a permitir que destruyas esto que he tardado tanto en conseguir, esta calma. No voy a consentir tener miedo cada vez que descuelgo el teléfono cuando me llaman mis padres porque note que han discutido y hemos vuelto a aquel punto en el que ya había abogados de por medio y yo esté lejos. No puedo hipotecar mi vida por enésima vez. 

Tú no lo sabes pero he visto discutir a mis padres tantas veces que creo que perdí parte de mi niñez en cada frase que salía de sus bocas. Siempre era el mismo guión y siempre me obligué a estar en la habitación en la que ocurría todo para no huir de los problemas y comprenderlos. 
Hasta los 7 años aguanté estoicamente aquellas disputas hasta que un día no pude más y me recuerdo en una esquina de la cocina arrodillada, llorando y pidiéndoles por favor que dejasen de discutir. No me escuchaban porque sus gritos tenían mucho más volumen. De repente, mi padre se giró y me vio, me preguntó qué pasaba con la voz más dulce que jamás escuché y lo solté todo: 7 años contenidos que salieron torpemente de mi boca. 7 años de recuerdos impolutos que les presenté sobre la mesa. Ellos también lloraron. 

Crecí y vi cómo aquellas discusiones se volvían más constantes y menos agresivas en las formas (jamás hubo violencia entre ellos, he de aclararlo) aunque mucho más incisivas en los comentarios. Sé que eso me ha formado y es la causa de que ahora sea yo la que tiene que tener cuidado cuando se enfada y contar hasta 30 porque soy experta en hacer daño con el vocabulario. He aprendido a base de ejercicios prácticos. Y no tengo rival.

Te quiero porque cuando mis padres no pudieron estar conmigo de pequeña yo trabajé en la tienda contigo. Tú me recogías en el cole y de ahí a despachar pan, magdalenas, bollos y cualquier dulce que pueda venirme ahora a la mente. Tú: mi abuela, esa mujer a la que rechazaron en la familia política por pobre y sin embargo fue la que la sacó adelante.
No te mentiré si te digo que siempre adoré al abuelo, para mí él lo era todo. Le echo mucho de menos y en este momento necesito que haga brillar una estrella para decirme que no estoy sola. Él murió demasiado pronto, como todos aquéllos a los que amamos. Y tú mutaste a ser un espectro. Cambiaste tanto que me costaba abrazarte para apaciguar tus lágrimas; sé que tú le lloraste por las dos, yo a día de hoy sigo sin ser capaz. Eso fue el declive.
Luego vino tu cáncer, el marcapasos de mi padre, el accidente de mi tío, .... y tú caíste en picado porque no pudiste ponerle freno. Creo que una mezcla de todo eso y el hecho de verme a mí teniendo que poner paños en todos los agujeros fueron el principio de mi separación. 
No soporto a la gente débil porque me parece que me faltan al respeto descaradamente a mí y a los demás. Todos tenemos problemas y nos duelen como si fueran los únicos; si yo puedo sobrellevar los míos, tú has de poder hacer frente a los tuyos. Y no hay más. Tú eres de las que sollozan, yo de las que se dejan la piel.

Me temo frente a ti, cualquier día de estos, soltando una serie de frases hirientes y destilando odio. Y no me gusta la idea porque puede hacerse realidad, porque puedo terminar con nuestra relación de un plumazo sin sentirme mal. Porque tengo fuerza suficiente como para ignorarte a pesar de ser quien eres, de lo que significas para mí.

Cuando el abuelo entró en el hospital yo sabía que no saldría de allí con vida y me negué a subir a la maldita planta de oncología por la que, espero morir antes, me tocará pasar a mí. No quería mancillar su recuerdo con la imagen deprimente de un moribundo que habitaba su cuerpo. Él murió el día que le ingresaron, lo sé. Tú sin embargo te mueres poco a poco y me obligas a ver tu deterioro. 
Tu marido toda su vida defendió la teoría de que había que pelear y luchar hasta el final y cuando pensaras que las cartas no podían hundirte más entonces era cuando más había que apostar. Lucha, defensa, ataque, fuerza, rabia, valor, coraje, ánimo. Él era todo eso. Era fuerte, era desgarrador, era atrevido y tú te estás dejando vencer. Tantos años a su lado y no fuiste capaz de embeberte de su carácter lo más mínimo. 

Leo lo que he escrito y me siento mal porque la impresión que se saca de ti es todo lo que yo jamás quise en nadie que me rodease pero es lo que veo. 

Hace tiempo que tú también partiste a su lado. Sólo espero que allá donde estéis sigáis cogidos de la mano y él te haya recibido, como siempre hizo, con un beso en la frente. 

Os quiero y os admiro por vuestra lucha, por vuestro sufrimiento, pero sobre todo por vuestra manera de amaros. Ojalá podáis estar orgullosos siempre de los que, por el tiempo que sea, nos quedamos atrás.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.