Hoy he soñado que estabas cerca, muy cerca; tanto que cuando te alejabas un milímetro de mí me parecían kilómetros.
No quería levantarme de la cama pero tú insististe en apresurarme para poder llegar a nuestro destino a una hora respetable. Íbamos a una cena por parte tuya. No conocía a la gente que nos acompañaría pero me daba exactamente igual. Me comentabas cosas de cada uno de los asistentes mientras te vestías y yo hacía un repaso mental de lo que me parecía más importante. Aún seguía tumbada.
Me levanté y miré por la ventana, me dijiste: "así te imaginé la primera vez que soñé contigo, ¿te acuerdas?". Supongo que también lo imaginabas pero eso era exactamente lo que yo estaba pensando. Tu sueño.
Para volver a materializarlo me abrazaste por la espalda y me besaste la cabeza, como haces cada vez que estás a gusto y quieres recordarte que sigo a tu lado. Siempre he identificado esos besos tuyos como una toma de tierra a la felicidad por tu parte. También hay algo de protector en ellos. Y me encantan.
El tiempo pasó y llegamos a nuestra cita. Al principio tuve la sensación de vivir un programa de televisión y estar todo el mundo observándome, lo sobrellevé con conversaciones bastante elocuentes y divertidas. Después me sentí parte de aquella celebración. Tú no hablabas mucho, te limitabas a observar y analizar - como siempre - todo lo que allí pasaba, sobre todo lo relacionado conmigo. Te divertía enormemente verme como un pulpo en un garaje en los primeros momentos y después una especie de orgullo te envolvía por lo bien que me manejaba en aquella, para mí nueva, situación. Lo veía en tus ojos.
La cena terminó y, a pesar de todo, tú querías sólo estar conmigo. Querías comentarme cada gesto de los demás y desenmarañarme algunos comentarios, preguntarme qué tal estaba sin ambages y besarme. Por todo ello, te apresuraste a disculparte ante el anfitrión por nuestra marcha, adujiste un pequeño malestar - tu baza favorita para evitar cosas que no te apetecen - y nos fuimos. (Sé que ahora estás sonriendo).
Me besaste en cuanto los ojos del público se tornaron hacia otro lado y me sonreíste de ese modo que sólo usas cuando te sientes relajado, mezcla entre descanso y paz.
Comenzaste a hablarme y llegamos al coche. Me apoyé sobre él y tú empezaste a fumar tranquilamente, mirando hacia el horizonte, abstraído en tu perorata. Empecé a sonreír e hiciste lo mismo. Tu cara de duda divertida hizo acto de presencia y me reí a pleno pulmón. Volví a dejarte con la duda pero acercaste tu mejilla a mi boca y me pediste un beso como lo haría un niño, haciendo dos movimientos pendulares que te acercaban más y más. Te lo dí y te abracé.
No recuerdo más... pero sé que había un te quiero rondando mi mente y alguno saliendo de tu boca.
No te haces a la idea de lo que te echo de menos.
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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.