"Olé tu madre", escuché decir. Pero no me giré. Era la única chica en toda la calle, pero sabía que no era para mí. Creía, pensaba. Hasta que me vitorearon por el color de mi abrigo y entonces fue inevitable. Sonreí al vacío y seguí caminando.
Hay veces que lo bordas y veces que lo tiras por la borda.
Me ha dejado pensando... Nunca nadie me ha gritado por mi abrigo, creo que vivo en la parte del mundo que es simplista [¿o acaso soy yo la simplista?].
ResponderEliminarUn beso desde los dos océanos que nos separan preciosa.