domingo, 17 de febrero de 2013

Gran película: "El dilema"

Puse una peli de Michael Mann y me dejé llevar por su historia. De fondo, como casi todas las cosas que inspiran, las páginas del guión iban pasando y mis ganas de escribir aumentaban. Esta vez no tengo claro qué contarte, seguramente te terminaré hablando del sabor de las lentejas de mi madre y de lo mucho que las odio y sin embargo echo de menos. Puede que también comente algo acerca del hastío absurdo que siento desde hace dos días. ¿Acaso tú sabes por qué? Quizá por lo ridículo de esta situación. Ni es para tanto, ni es para tomárselo así.
Te he escrito ¿cuántas? ¿diez, veinte entradas? La mayoría de las que hay aquí colgadas llevan tu inicial que es la mía. Sabes de sobra la cadencia de cada texto, el énfasis con el que defendería esa tesis... Y aún así no me doctoré en conocerte, no creo que lo haga nunca.
¿A qué viene este gemelo malo suelto, este absurdo devenir de las cosas por algo tan nimio, este recordatorio de Febreros pasados? No lo sé pero sea como sea, la sensación no cambia y a mí me duele la cabeza y la boca me sabe a sangre.
Tienes razón, tampoco me gusta la nata. Ayer tuve cena y fue impresionante. Tuvo su parte triste por saber que era la última pero fue perfecta. Me gustó por necesario el "te quiero mucho" que escuché y no me esperaba. Lo echaré de menos.
¡Ah! Y necesito mi ración de dulce todos los días. Eso se me olvidaba. Yo tomé decisiones para mi futuro por creer que era lo mejor, que ayudaría; y tú te irás a pasar esos mismos meses fuera, porque así "no me molestarás" y me da la impresión de que no tienes ni idea de lo que cuesta, de lo que me costó decidirme y meter el hombro para empujar estos monolitos que ahora se encuentran situados a ambos lados de la entrada. Una vez más, se me queda cara de idiota.

Así que ahora pienso si esta barca sigue flotando o es mejor poner balas de plomo.
Yo quiero un cochazo, irme a vivir a NYC una temporada, tener unos Loboutin en el armario y fardar de conciertos. Conducir un Cadillac, tener un piso con proyector, una biblioteca que acoja más libros que estanterías, una habitación para mis vinilos y, sobre todo, no preocuparme por sandeces como ésta.
Puede que en lo de los Loboutin no coincidamos pero si en lo demás sí, ya sabes cómo y dónde encontrarme.

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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.