jueves, 11 de diciembre de 2008

Se llamaba...

Se llamaba Javier y tenía una Harley. No recuerdo mucho acerca de nuestra relación pero nunca olvidaré lo que sentí cuando subí por primera vez a aquella moto.
Recuerdo cómo me agarré a él por miedo a caerme y cómo él sonrió antes de ponerse el casco, "tranquila pequeña, lo pasaremos bien", y tuvo razón, lo pasamos mejor que bien.
Al principio por mi parte todo eran temores. Con el paso de los kilómetros lo único que deseaba era no bajarme, que no hubiera que parar. Sentir el viento como única frontera inexcrutable en ciertos momentos, como aliado en otros, fue un regalo que jamás olvidaré.
Cuando nos bajamos y nos quitamos los cascos él me miró a los ojos y me besó. No estoy segura de cómo reaccioné, supongo que mitad sorprendida mitad encantada, el caso es que después, la noche se hizo día en medio de una cala perdida allá por el nororeste del país.
El Sol nos despertó y recogimos nuestras cosas. Revisé varias veces para ver si lo había cogido todo, olvidando que allí dejé algo que jamás recuperaré, la ilusión de haber sido feliz al menos un ratito cada día.

2 comentarios:

  1. teniendo una harley... cualquiera no se acuerda de esa gente, yo quiero una!!! XD
    Mañana os veo a ti y a tere jajaja

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  2. Uy.. pensé que te había mandado un comentario..

    ¿Y qué harás ahora que no está? Que ya se acabó.. Creo que lo mejor podría ser abrir la ventana y agitar el pelo.. quizás no sea lo mejor, pero la sensación de velocidad no te la quitará nadie, ¿No crees..? :)

    Muchas veces la mejor manera es dejarse llevar.. Y lo demás.. vendrá solo

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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.