jueves, 7 de agosto de 2008

Mi ultimo vuelo

Llegué a aquí huyendo de un presente que me estaba agobiando como nunca hube imaginado. Mi pareja había estado a la vez que conmigo con otra chica, mi abuela presentaba un estado de salud tan débil como el hilo de voz que conseguí sacar de lo más profundo de mi alma para decir que ya no podía más, que necesitaba alejarme de mi país por un tiempo y que quería hacerlo sola. Lo hice con el típico miedo con el que se acompañan esas cosas de las que realmente no sabes cuáles pueden ser las consecuencias pero que sabes que necesitas hacer.
A los dos días tenía la maleta hecha y un billete de avión para Edinburgo con escala en Frankfurt. Me fui a Madrid de noche, como lo hacen las pesadillas más crudas y en cuanto amaneció, mi vuelo partió para Alemania. Debo reconocer que mis intenciones de volver a casa se fueron engrandeciendo con el paso de las horas, pero no lo hice. A mi lado se sentó una pareja de chicos de mi misma edad. Llegamos a la ciudad del Main y me tocó esperar dos horas en aquel monstruoso y aséptico aeropuerto. Ninguna de las veces que he estado en él me ha gustado la sensación que me transmitía, aunque, por otro lado, debo reconocer que es en el que mejores cosas me han sucedido. Es demasiado gris, demasiado impersonal y, a la vez, está demasiado lleno de gente.
El tiempo pasó y embarqué en mi último vuelo con destino Escocia. Conforme fuimos despegando me fui perdiendo entre nubes de ilusión y sueños. Me dejé mecer por las alas de la inconsciencia y la juventud y me dispuse a comerme el pedacito de mundo que, hasta ese momento, nunca tuve valor de tocar. Tomamos tierra y aún sigo aquí, mirando al cielo cada vez que me surge una complicación. Me saco algo de dinero dando alguna que otra clase de castellano y vendiendo libros en una de esas típicas librerías británicas que corresponde fielmente a lo que se puede ver en Nothing Hill. Paseo cada tarde por George Square preguntándome por qué no hice ésto antes.

En la Royal Mile tengo unos amigos que me aportan aires bohemios al estilo Moulin Rouge, todos ellos tocan en esa maravillosa milla cada tarde para ganar dinero. Tienen un grupo de jazz y a mí a veces me obligan cariñosamente a cantar algo. Son increíbles.

No puedo describir con precisión qué es exactamente lo que quiero contar, lo que sí sé es que ésto necesitaba vivirlo y, quizá porque en breve tendré que regresar, me plantearé cada viaje como éste, como el último vuelo, para vivirlo al máximo sin dejarme en el tintero ni uno sólo de esos garabatos que tengo en mente.




"Me perderé, dentro de tu imaginación,
y me reiré, de todo lo que ya no soy"

3 comentarios:

  1. me lo copio, ahora estoy en un ciber,una sonrisa enorme al ver tu mensaje, me alegro de volver a saber de ti y de leerte...

    abrazo grande grande grande

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  2. Cartas abiertas . . . uhm . . . He estado viendo tu blog, y sinceramente me ha encantado.
    Curiosamente esta entrada es, no sé, en una estraña pequeña escala ( no sabria como decirlo ) me he sentido idenficada.

    Me pasaré por aquí : )
    Saludos,
    Rocío.

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  3. TRAVESÍA.

    Quedó,
    terminantemente prohibida,
    la idea monstruosa
    de regocijarse en sus caderas.
    Heredé un puzle
    y un instante transcurrido,
    y las deudas contraídas
    en mi última diástole.
    Nada importa la verdad
    en un océano de mentira.
    Para entonces ya era náufrago,
    pero hice colgar
    de mi hombro el galón
    de un almirantazgo que repudio.
    Como buen cobarde,
    obediente,
    cumplí la orden de decapitarme,
    lentamente,
    a pellizcos de realidad
    cada tarde.
    Quedó,
    terminantemente prohibida,
    la idea monstruosa de salvarme.

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Si todo es imperfecto en este mundo imperfecto, el amor es lo más perfecto de todo precisamente por su perfecta imperfección.