Hace un mes que llegué a ésta, tu ciudad. Nos conocimos hace 3 y tú me acogiste intermitentemente semana a semana en tu hogar durante mes y medio. Cada vez me pedías que me quedase un día más, me susurraste la posibilidad de ver juntos pisos para compartir cuando me mudase. El tiempo arrasó todo. Yo cumplí mi parte y me vine, empecé a trabajar, hilé pensamientos y emociones cuando tú habías decidido cortar la tela que nos unía. De un día para otro ya no sabías si querías una relación estable y te habías agobiado.
Llegué a estas calles gigantescas y con esa llegada, mensajes tuyos preguntándome por mi vida. Desplantes que jamás te hubiera otorgado aparecieron y también reproches. Vuelve, por favor. Vuelve a ser quien eras, como eras, éste… éste no eres tú. Tú no me habrías dejado sola la noche en que se murió mi abuela a 300 y pico kilómetros del lugar en el que yo estoy. Es impensable que tú (¡tú!) no me ayudases con la mesita de IKEA y sus impronunciables tornillos. ¿Qué fue de tus "te quiero hacer el amor" susurrados a las ocho de la tarde? ¿Dónde quedaron tus manos en mi cuello?
Y sin saberlo, me vuelves a escribir y me dices que pasan los días y yo no me voy de tu vida. Que tienes aún mi ropa interior en tu armario y que el peluche que te regalé decora aún tu mesita. Me dices.. me dices.. pero no hay una conversación cara a cara. Tienes miedo, de verme, de quererme, de tener que pedirme perdón por todo… de darte cuenta de que estábamos bien juntos, de darte cuenta de que lo has estropeado tú solo.
Yo sigo aquí, caminando por las noches por calles con nombres conocidos por todos y millones de personas a mi alrededor, recibiendo mensajes tuyos de madrugada. Nos encontraremos -por voluntad o por azar - y todo seguirá su cauce… y las luces de ciudad alumbrarán tus sueños y mis desventuras, con las sombras de todas y cada una de las noches que pasamos juntos.