Últimamente sólo las canciones de siempre no me sirven para apaciguar mi estado anímico, por ello revivo sentimientos latentes en canciones, de esas con mayúsculas, que casi nunca escucho precisamente por eso, por la necesidad de tenerlas ahí, dispuestas, para momentos especiales, momentos como éste. ¿Qué tiene este momento de especial? El todo y la nada. Nada que hacer, nadie por aquí, nadie por allá, .... unas vacaciones en toda regla. Descanso de la rutina, descanso del corazón, descanso en todas sus dimensiones y magnitudes. El todo es algo más difícil de explicar: todo aquello que cargo a mis espaldas, mis risas y mis llantos, mis abrazos, mis besos, mis noches desenfrenadas y mis mañanas solitarias, los atardeceres en infinidad de ciudades a las que no sé si volveré pero que tengo por cierto que estuve,...
Cada verano, más o menos en las mismas fechas: a principios de Agosto, me siento algo similar. Es un desazón que me embarga de tal modo que no sé ni cómo ni con quién suplirlo. Quizá sea la sensación de la necesidad de volver a la rutina o quizá sea el volver a experimentar la soledad que cada verano comparto conmigo misma y que llega a ese punto en el que se hace odiosa, en el que deja de tener ese sabor a miel sobre hojuelas para convertirse en papel cartón que reseca el paladar y agría un tanto el carácter. También puede que sea el calor y mi necesidad imperiosa en lo que a lluvia se refiere; quizá, este año, sea Madrid, que me ahoga y me atenaza con toda su oferta cultural sin tener con quien compartirla. Puede ser... Qué sé yo.
El caso es que sin musas que me guíen necesitaba dejar aquí constancia de ello y también recomendar fervientemente una de esas canciones de las que hablaba al principio del texto. ¿Cuál? Muy sencillo Días azules, de Iván Ferreiro. Y después de oírla, os pasará como a mí y es que "no sé qué decir"...