No sé dónde estás pero te echo de menos, igual que todas las noches. A veces pienso que te estoy construyendo en mi cabeza un hueco demasiado grande, que mis expectativas hacia ti son muy altas y que realmente no existes, y si existes no estás a mi alcance. Tengo miedo a no encontrarte, a seguir soñándote para siempre.
Cuanto pánico le tengo a que no haya nadie que comprenda que soy capaz de ver en un mes 4 veces a un cantautor en directo porque me lo pide el alma, que necesito leer continuamente porque mis ilusiones no se ciñen a los patrones de la realidad, que daría todo por encontrar un alma sensible que al despegar el avión me hiciera sentir que, incluso en el aire, estoy en casa porque él es mi casa.
¿Sabes? Si algún día lees esto, me gustará pensar que me he equivocado, y que soy una groupie que ha encontrado a su estrella de rock. Quizá sea por eso o porque sigo siendo una niña, año tras año pongo mis zapatos bajo el árbol de Navidad, esperando que me dejes una nota con una fecha, una hora, un lugar o un nombre, o simplemente con unas palabras de aliento que me hagan sentir que mis ilusiones se han teñido de color magenta porque algún día tú teñirás de naranja mi vida, de azul a mi príncipe y de verde a mi esperanza.