¿Sabes? No fuiste nada y fuiste. Parece una tontería pero contigo creí que rompería de una vez la intensa relación que mantengo fielmente conmigo misma.
Llevaba tres años y dos meses sin un solo devaneo, sintiéndome unida a la soledad con tal fuerza que creí que lo nuestro sería para siempre, cuando apareciste tú. En un día revolucionaste lo visible y lo invisible.
Apasionadamente sellamos nuestro primer encuentro con unas conversaciones y unos besos que me hicieron pensar que eras alguien completamente distinto a todos aquellos a quienes yo había conocido. Continuamos hablando, pensando por mi parte que yo para tí era alguien tan especial como tú lo eres - eras - para mí.
Algún día aprenderé a utilizar los tiempos pasados, probablemente cuando el aire deje de tener alfileres que, en cada inspiración, se me clavan hondo empujando a los ya existentes un poquito más, ayudando a que mi herida no deje de sangrar.
Te volví a ver y versamos a alquimistas, haciendo que lo químico pasara a físico y se convirtiera en placer. Nos separamos, para mí demasiado rápido, y empecé a darme cuenta de que tú lo veías en blanco y negro, mientras que yo tenía tal gama de colores que a día de hoy no sé por dónde empezar a borrar. Siempre en alto me repetía : "no corras, que aún no hay nada", se lo decía a los demás y me lo decía a mí, intentando convencerme, pero no me escuchaba. Mi corazón había puesto alrededor de mis oídos unas vendas que me impedían oír lo propio y soñar con lo ajeno, contigo.
Siendo así, ni tuyo ni mío, continuamos hablando y hoy desperté. Con cuidado y esperando no resentirme, fui capaz de leerte los labios cuando me hablabas de manera indiferente de tu rutina. Caí en la cuenta de que no soy para tí nada, no fui nada, nunca seré nada.
Afirmo en futuro porque lloro en presente, porque me duele. Aún no entiendo cómo en todo este tiempo no he conseguido inmunizarme a estos golpecitos que sé que me vendrán.
Me dijiste que me veías fuerte porque luchaba con todas mis fuerzas contra mis sentimientos, porque confesaste que se me nota el esfuerzo en la mirada y te dí pena. No quisiste hacerme daño y lo soltaste, sabiendo que el huracán arrasaría todo y me dejaría perdida en un mar de confusión. A estas horas, aún intento flotar. Y sólo fuiste dos tardes y un amanecer.